Su devoción por la palabra. Su poder de seducción. Va a buscar los
problemas donde estén. Los ímpetus de la inspiración son propios de su
estilo. Los libros reflejan muy bien la amplitud de sus gustos. Dejó de
fumar para tener la autoridad moral para combatir el tabaquismo. Le
gusta preparar las recetas de cocina con una especie de fervor
científico. Se mantiene en excelentes condiciones físicas con varias
horas de gimnasia diaria y de natación frecuente. Paciencia invencible.
Disciplina férrea. La fuerza de la imaginación lo arrastra a los
imprevistos. Tan importante como aprender a trabajar es aprender a
descansar.
Fatigado de conversar, descansa conversando. Escribe bien y le gusta
hacerlo. El mayor estímulo de su vida es la emoción al riesgo. La
tribuna de improvisador parece ser su medio ecológico perfecto. Empieza
siempre con voz casi inaudible, con un rumbo incierto, pero aprovecha
cualquier destello para ir ganando terreno, palmo a palmo, hasta que da
una especie de gran zarpazo y se apodera de la audiencia. Es la
inspiración: el estado de gracia irresistible y deslumbrante, que sólo
niegan quienes no han tenido la gloria de vivirlo. Es el antidogmático
por excelencia.
José Martí es su autor de cabecera y ha tenido el talento de
incorporar su ideario al torrente sanguíneo de una revolución marxista.
La esencia de su propio pensamiento podría estar en la certidumbre de
que hacer trabajo de masas es fundamentalmente ocuparse de los
individuos.
Esto podría explicar su confianza absoluta en el contacto directo.
Tiene un idioma para cada ocasión y un modo distinto de persuasión según
los distintos interlocutores. Sabe situarse en el nivel de cada uno y
dispone de una información vasta y variada que le permite moverse con
facilidad en cualquier medio. Una cosa se sabe con seguridad: esté donde
esté, como esté y con quien esté, Fidel Castro está allí para ganar. Su
actitud ante la derrota, aun en los actos mínimos de la vida cotidiana,
parece obedecer a una lógica privada: ni siquiera la admite, y no tiene
un minuto de sosiego mientras no logra invertir los términos y
convertirla en victoria. Nadie puede ser más obsesivo que él cuando se
ha propuesto llegar a fondo a cualquier cosa. No hay un proyecto colosal
o milimétrico, en el que no se empeñe con una pasión encarnizada. Y en
especial si tiene que enfrentarse a la adversidad. Nunca como entonces
parece de mejor talante, de mejor humor. Alguien que cree conocerlo bien
le dijo: Las cosas deben andar muy mal, porque usted está rozagante.
Las reiteraciones son uno de sus modos de trabajar. Ej.: El tema de
la deuda externa de América Latina, había aparecido por primera vez en
sus conversaciones desde hacía unos dos años, y había ido evolucionando,
ramificándose, profundizándose. Lo primero que dijo, como una simple
conclusión aritmética, era que la deuda era impagable. Después
aparecieron los hallazgos escalonados: Las repercusiones de la deuda en
la economía de los países, su impacto político y social, su influencia
decisiva en las relaciones internacionales, su importancia providencial
para una política unitaria de América Latina… hasta lograr una visión
totalizadora, la que expuso en una reunión internacional convocada al
efecto y que el tiempo se ha encargado de demostrar.
Su más rara virtud de político es esa facultad de vislumbrar la
evolución de un hecho hasta sus consecuencias remotas… pero esa facultad
no la ejerce por iluminación, sino como resultado de un raciocinio
arduo y tenaz. Su auxiliar supremo es la memoria y la usa hasta el abuso
para sustentar discursos o charlas privadas con raciocinios abrumadores
y operaciones aritméticas de una rapidez increíble.
Requiere el auxilio de una información incesante, bien masticada y
digerida. Su tarea de acumulación informativa principia desde que
despierta. Desayuna con no menos de 200 páginas de noticias del mundo
entero. Durante el día le hacen llegar informaciones urgentes donde
esté, calcula que cada día tiene que leer unos 50 documentos, a eso hay
que agregar los informes de los servicios oficiales y de sus visitantes y
todo cuanto pueda interesar a su curiosidad infinita.
Las respuestas tienen que ser exactas, pues es capaz de descubrir la
mínima contradicción de una frase casual. Otra fuente de vital
información son los libros. Es un lector voraz. Nadie se explica cómo le
alcanza el tiempo ni de qué método se sirve para leer tanto y con tanta
rapidez, aunque él insiste en que no tiene ninguno en especial. Muchas
veces se ha llevado un libro en la madrugada y a la mañana siguiente lo
comenta. Lee el inglés pero no lo habla. Prefiere leer en castellano y a
cualquier hora está dispuesto a leer un papel con letra que le caiga en
las manos. Es lector habitual de temas económicos e históricos. Es un
buen lector de literatura y la sigue con atención.
Tiene la costumbre de los interrogatorios rápidos. Preguntas
sucesivas que él hace en ráfagas instantáneas hasta descubrir el por qué
del por qué del por qué final. Cuando un visitante de América Latina le
dio un dato apresurado sobre el consumo de arroz de sus compatriotas,
él hizo sus cálculos mentales y dijo: Qué raro, que cada uno se come
cuatro libras de arroz al día. Su táctica maestra es preguntar sobre
cosas que sabe, para confirmar sus datos. Y en algunos casos para medir
el calibre de su interlocutor, y tratarlo en consecuencia.
No pierde ocasión de informarse. Durante la guerra de Angola
describió una batalla con tal minuciosidad en una recepción oficial, que
costó trabajo convencer a un diplomático europeo de que Fidel Castro no
había participado en ella. El relato que hizo de la captura y asesinato
del Che, el que hizo del asalto de la Moneda y de la muerte de Salvador
Allende o el que hizo de los estragos del ciclón Flora, eran grandes
reportajes hablados.
Su visión de América Latina en el porvenir, es la misma de Bolívar y
Martí, una comunidad integral y autónoma, capaz de mover el destino del
mundo. El país del cual sabe más después de Cuba, es Estados Unidos.
Conoce a fondo la índole de su gente, sus estructuras de poder, las
segundas intenciones de sus gobiernos, y esto le ha ayudado a sortear la
tormenta incesante del bloqueo.
En una entrevista de varias horas, se detiene en cada tema, se
aventura por sus vericuetos menos pensados sin descuidar jamás la
precisión, consciente de que una sola palabra mal usada puede causar
estragos irreparables. Jamás ha rehusado contestar ninguna pregunta, por
provocadora que sea, ni ha perdido nunca la paciencia. Sobre los que le
escamotean la verdad por no causarle más preocupaciones de las que
tiene: El lo sabe. A un funcionario que lo hizo le dijo: Me ocultan
verdades por no inquietarme, pero cuando por fin las descubra me moriré
por la impresión de enfrentarme a tantas verdades que han dejado de
decirme. Las más graves, sin embargo, son las verdades que se le ocultan
para encubrir deficiencias, pues al lado de los enormes logros que
sustentan la Revolución los logros políticos, científicos, deportivos,
culturales, hay una incompetencia burocrática colosal que afecta a casi
todos los órdenes de la vida diaria, y en especial a la felicidad
doméstica.
Cuando habla con la gente de la calle, la conversación recobra la
expresividad y la franqueza cruda de los afectos reales. Lo llaman:
Fidel. Lo rodean sin riesgos, lo tutean, le discuten, lo contradicen, le
reclaman, con un canal de transmisión inmediata por donde circula la
verdad a borbotones. Es entonces que se descubre al ser humano insólito,
que el resplandor de su propia imagen no deja ver. Este es el Fidel
Castro que creo conocer: Un hombre de costumbres austeras e ilusiones
insaciables, con una educación formal a la antigua, de palabras
cautelosas y modales tenues e incapaz de concebir ninguna idea que no
sea descomunal.
Sueña con que sus científicos encuentren la medicina final contra el
cáncer y ha creado una política exterior de potencia mundial, en una
isla 84 veces más pequeña que su enemigo principal. Tiene la convicción
de que el logro mayor del ser humano es la buena formación de su
conciencia y que los estímulos morales, más que los materiales, son
capaces de cambiar el mundo y empujar la historia.
Lo he oído en sus escasas horas de añoranza a la vida, evocar las
cosas que hubiera podido hacer de otro modo para ganarle más tiempo a la
vida. Al verlo muy abrumado por el peso de tantos destinos ajenos, le
pregunté qué era lo que más quisiera hacer en este mundo, y me contestó
de inmediato: pararme en una esquina.
http://www.cubadebate.cu/opinion/2009/08/13/gabriel-garcia-marquez-el-fidel-castro-que-yo-conozco/#.V1pIOlLoZLM