miércoles, 25 de septiembre de 2013

Strike 3: Mariano, impasible e imposible

 
                                                                                          Había sol, y no faltaron lágrimas. Era domingo en Yankee Stadium, y los fanáticos estaban allí, más que para ver el desarrollo del partido contra los Gigantes, para decirle adiós a un hombre. Un panameño. Un dios. El mejor relevista de la historia.

Mariano Rivera ha dejado las Grandes Ligas del béisbol, y ya no volverá a lucir la cutter más efectiva del montículo, ni contará juegos salvados por salidas, ni será el lanzador al que todos se encomiendan cuando quieren llover nervios en el Bronx. Dice adiós porque incluso la vida -que es más larga que el béisbol- conoce de adioses, y porque, a fin de cuentas, 43 años son bastante.

El homenaje fue grandioso (incluida la mítica banda Metallica tocando el Enter Sandman que lo acompañaba cada vez que salía rumbo al box). Así, ni más ni menos, lo merecía el líder de salvamentos en las Ligas Mayores (652), el tipo que más veces ha sacado las castañas del fuego en las postemporadas (42), un personaje con promedio de limpias de 2.21 en casi 1300 innings de trabajo, dueño de un WHIP (o porcentaje de embasado) de un adversario exacto por entrada.

Mo, según le decían en los corrillos de los Yankees, deja esta temporada con 44 éxitos en su función de asegurar victorias, y lo ha hecho con esa expresión de aparente insensibilidad que le tatuaba el rostro. Sin embargo, no lo pudo evitar al dirigirse a las tribunas: “Ha sido una magnífica carrera, dijo repleto de emociones. Los tendré siempre en mi corazón, aquí en New York”.

Salvador por excelencia durante casi dos décadas de la entidad más ganadora en la historia de la pelota organizada, Rivera (o Mariano, que suena mucho más familiar) fue apodado “apaga y vámonos” por tirios y troyanos, dada su infalibilidad en eso de sacar tres, cuatro, cinco outs de seguidilla.

Con él, que colocó a Puerto Caimito en el mapa universal, se va un atleta inmaculado dentro y fuera del estadio, un fenómeno que asesinaba a los zurdos y mataba a los derechos con ese envío personalísimo -la cutter-, una velocidad capaz de merecer respeto, un aplomo brutal (cero aspavientos, nada de catarsis) y el comando increíble de cada lanzamiento hacia el pentágono.

No volverá a vestirse nadie allá con ese número, el “42”, en el dorsal. Lo había tenido Jackie Robinson, que rompió la barrera racial a tenor con las versiones oficiales, y después lo tuvo él, Mariano, y nadie más*. Las Grandes Ligas, con toda la justicia a su favor, no lo permitirán de nuevo, so pena de que las acusen de herejía.

Más que para los Yankees, cuya campaña ha sido vergonzante, es una baja para la pelota. Cierto: él escribió para los Mulos, junto a Cone y Martínez y Williams y Jeter y Brosius y Pettite y Posada y Hernández y O’Neill y Knoblauch y etcétera y etcétera, unas páginas que estremecieron cada rascacielos neoyorquino. Pero más, mucho más, escribió para el béisbol, y la afición, los estadios y las tablas de lanzar van a extrañarlo dondequiera que se juegue al maravilloso pasatiempo del strike.

Alguien lo dijo: “El béisbol contiene seis minutos de acción en un drama de dos horas y media”. Cuando Mariano entraba al juego, uno garantizaba, cuando menos, tres minutos de esplendor. Justo el tiempo que le tomaba dominar el episodio.

Leyenda: *Mariano era el único jugador que podía usar el “42″ por obra y gracia de la Regla del abuelo (Grandfather rule), ya que lo tenía antes de que fuera retirado el número en el año 1997, en honor a
Jackie Robinson.
http://www.cubadebate.cu/opinion/2013/09/23/strike-3-mariano-impasible-e-imposible/

lunes, 23 de septiembre de 2013

Pa´ Cuba Caray



Por. Caridad Picart Trujillo

El mar es el mejor amigo de José Regino Rodríguez porque a él acude cada amanecer, atado a la pita y al anzuelo, en busca del horizonte.

Protegido por las arrugas de su piel, no esconde el orgullo de poseer un título sagrado en el mundo del salitre, la condición de ser él uno de los pescadores más longevo del archipiélago Sabana – Camagüey. Un privilegio que confirma al abrir los ojos por primera vez sobre una chalupa frente a las costas de Caibarién en 1930.

A José Regino, la confianza en las olas altaneras no siempre le han traído sorpresas agradables. Aún guarda en su memoria los días de encierro en Bahamas.

“Estábamos pescando con permiso en aguas internacionales, teníamos todo correcto y como a las dos horas se nos acercó una lancha; estaban vestidos con unos trajes de camuflajes, nos pidieron los papeles, se los enseñamos y uno de ellos exclamó: ¡Son gente de Castro! De mirarlos, enseguida supe que eran más malos que un pescado ciguatado, ¡y mira que un pescado ciguatado es malo!”.

Se pasa las manos curtidas por la sal y el sol sobre su rostro, respira profundo como si con ello pudiera parar el tiempo y, mientras continúa su relato, acaricia la red de captura.

“Nos arrestaron y nos llevaron a Bahamas. Allí nos trataron muy mal, nos metieron en una celda con unas condiciones horribles, había muchas cucarachas, el jabón que nos daban no podíamos cogerlo para bañarnos, teníamos que utilizarlo en la pared y así aplacar las pulgas, las chinchas y los piojos para poder dormir algo en la noche. De comida solo nos daban harina de maíz, sin grasa, ni sal, y cada una o tres horas nos trataban de comprar, decían que podíamos mejorar, vivir bien si aceptábamos irnos hacia Miami”.

Su mirada de naufrago se pierde en el mar como si allí guardara los mejores secretos de su vida. Con una humildad incalculable me dice que recuerda la ocasión en que les trajeron una caja de dulce finos y, cuando la abrieron, “estaba llena de dólares y documentos nuevos con el nombre de nosotros, para que nos fuéramos a los Estados Unidos”.

Afirma José Regino que había mucho dinero en ella. “Nunca vi tanto dinero en mi vida, pero tampoco tanta desvergüenza. Fue entonces cuando rechazamos los dólares y respondimos enérgicamente: ¡De donde ustedes han sacado que los pescadores cubanos tienen precio! ¡Lo único que nosotros exigimos es que nos traigan pá Cuba, pá Cuba caray!

De regreso a su tierra, José Regino volvió a tomar las artes de pesca y ocupó de nuevo su puesto.

Aunque lleva más de 50 años en la provincia de Ciego de Ávila y afirma ser avileño con orgullo, no olvida a Caibarién, su tierra natal; la describe tal y como la pintó Romañach en uno de sus paisajes marinos, con sus cangrejos, sus chalupas, su mar, y a su gente pescando cada amanecer.

No hay refugio que José Regino Rodríguez no haya recorrido en su embarcación Marinero, perteneciente a la Unidad Empresarial Flota Pesquera Turiguanó, y no existe zona de captura que no haya peinado en los más de 65 años de pescador.

Allá en Turiguanó, al nordeste del pueblo de Morón, a pesar de no escucharse el canto de su gallo, existen hombres como José Regino Rodríguez que honran el oficio de marino, una profesión que llevará hasta sus últimos días, porque, según dice: “yo nunca me voy a retirar, es más, cuando me muera, quiero que me entierren en las viejas tablas de mi embarcación”.












lunes, 16 de septiembre de 2013

René González: Que Cuba se llene de cintas amarillas el 12 de septiembre (+ Alocución en Video y Videoclip)

La cinta amarilla es un símbolo que ha entrado en la cultura del norteamericano, que se inició durante la Guerra Civil inglesa cuando las esposas de los combatientes los esperaban con cintas amarillas.

Luego fue transmitido a la Guerra Civil de los Estados Unidos y a través del tiempo con sus altas y sus bajas, ha ido cambiando de significación hasta que en los años setenta del siglo pasado una canción que hizo época la volvió a poner en la cultura norteamericana.

La canción es una hermosa historia de un preso que está al salir de la cárcel y que lo único que le pide a su prometida es que si aún lo ama, ponga una cinta amarilla en un árbol. A través de la letra, de la lírica de la canción, se va desarrollando la ansiedad de ese hombre que va a salir de la cárcel y su espera por saber si en el árbol va a estar la cinta amarilla y cuando él llega al lugar lo que ve en el árbol son cien cintas amarillas.

A partir de ese momento esa cinta se ha convertido en un símbolo para el norteamericano que espera a alguien en una misión en el exterior, que espera a un soldado, que espera a un ser querido y ese es el mensaje que queremos que ustedes le hagan llegar al pueblo norteamericano: que sepan que el pueblo cubano está esperando a cuatro de sus hijos. Que no es solamente la familia, que no es solamente quien los conoce personalmente, sino que hay un país, hay un pueblo que está esperando a cuatro de sus hijos injustamente encarcelados en los Estados Unidos.