lunes, 23 de junio de 2014

Mundial de Brasil: ¿se acabará la trampa de las faltas simuladas?


La polémica falta del croata Dejan Lovren al brasileño Fred
La falta que para muchos no merecía ser castigada con un penal: el croata Dejan Lovren contra el brasileño Fred.
Ya es evidente que está en marcha una campaña en varios frentes para combatir uno de los vicios más extendidos del fútbol: la simulación de faltas.
La exageración, el "teatro", el fingimiento, es uno de los recursos más efectivos de muchos futbolistas: puede generar goles, tarjetas y hasta expulsiones de rivales, demoras tácticas en el momento oportuno... puede resultar tanto o más eficaz que un endemoniado regate o un fenomenal disparo al arco.
A través de la simulación o exageración de una falta, un jugador como Fred, el delantero brasileño que "ganó" un penal en el primer partido de Brasil en el Mundial, puede soñar con Garrincha sin ponerse colorado por la comparación.
La creciente indignación contra los futbolistas que simulan golpes en la nariz cuando han sido tocados levemente en el hombro, que se dejan caer como muertos tras ser rozados por un rival o se zambullen en el área penal como un clavadista de Acapulco no refleja la bancarrota moral del juego, sino la asombrosa calidad técnica de la TV y el progresivo interés de un público nuevo.
Muchos creen que el enfado no se justifica plenamente en una era de desfalcos, mordidas y otros latrocinios impunes: a fin de cuentas, el teatro no compromete tanto la integridad del juego como la credibilidad del árbitro.
Hay que tomar con pinzas la idea, bastante generalizada, de que en el fútbol moderno "se simula más": muchos creen que, al contrario, la gran calidad de las imágenes de la TV, la repetición de tomas diferentes de la misma jugada, con imágenes ralentizadas o detenidas, ha tenido un efecto disuasivo.

No son más, sino se denuncian más

Yuichi Nishimura
La credibilidad de los árbitros queda en entredicho cuando se cobran faltas inexistentes.
Los escépticos dicen que no hay más fingimiento, sino que ahora detectamos más casos de simulación.
En esto, salvando las distancias, ocurriría algo semejante a lo que se ha dado en el plano social; en 2014 no hay más abusos de, por ejemplo, menores de edad o de mujeres que en 1970: lo que ocurre es que hay más denuncias y una creciente voluntad de la sociedad para combatir esos abusos.
También llama la atención que la denuncia del fingimiento tenga que ver, casi siempre, con los que fingen una falta supuestamente cometida en su perjuicio; es mucho menos frecuente el repudio de la simulación de los agresores que, por ejemplo, fingiendo inocencia, impiden saltar a los delanteros rivales, una falta clara y grave que rara vez es detectada y/o castigada por los árbitros.
El público puede ver estas faltas en TV (si los directores de cámara se toman la molestia de repetir la escena), pero rara vez las censura con la indignación moral que reserva para el que se zambulle o empuja el balón con la mano.
Esta impunidad relativa es común ante otra "falta profesional", cuando un defensor derriba intencionalmente a un atacante lanzado hacia la portería: curiosamente, el público suele tolerar este comportamiento, tan cínico como una zambullida (y de consecuencias tal vez más graves para la víctima).
Kostas Katsouranis y Makoto Hasebe
La falta, quizás discutible, del griego Kostas Katsouranis al japonés Makoto Hasebe, le costó la expulsión.

Recuerdos de 2010

Sobre esto conviene repasar algunas conclusiones de un estudio realizado por un equipo encabezado por el psicólogo Chris Stride, de la Universidad de Sheffield, Reino Unido, que estudió los partidos del Mundial 2010, catalogando todas las faltas cometidas, incluso las no pitadas por los árbitros.
De todas esas faltas, el estudio redujo su foco a las de "violación clásica" y las "profesionales", entre ellas la más notoria, la "mano" de Luis Suárez para impedir un gol de Ghana, que determinó el pase de Uruguay a semis.
Stride se propuso "comprobar si la simulación en el fútbol tiene que ver con el jugador como individuo, con la situación en el partido o con el etos o carácter de un equipo o nacionalidad".
El balance final enumeró 390 casos, es decir casi seis faltas por cada partido, 70% de ellas castigadas por el árbitro. De esa cantidad, 293 fueron "profesionales" (4,48 casos por partido), de las cuales los árbitros detectaron y castigaron 87%; de las 97 restantes, 83 (1,27 casos por partido) fueron de simulación, de las cuales quedaron impunes nada menos que 88%.
Esto sugiere que la simulación, tan fácil de advertir en el televisor, suele pasar inadvertida por los árbitros, lo cual virtualmente garantiza su permanencia.
Cabe señalar que los tres equipos que practicaron más faltas profesionales por partido en aquel mundial fueron Australia (4,33), Camerún (3,67) y Brasil (3,50). Los equipos que cometieron más faltas de simulación fueron Italia, Portugal y Chile, los tres con dos casos por partido.
La clasificación por jugador es más ecléctica: el griego S. Papastathopoulos encabezó la lista de faltas profesionales (2,14 por partido), seguido por el australiano B. Emerton (1,42) y el inglés J. Carragher (1,34); en faltas de simulación, el marfileño Abdul Kader Keïta hizo 1,91 por partido, el mexicano Cuauhtémoc Blanco 1,61 y el portugués Cristiano Ronaldo 1,50.
La mano de Luis Suárez
La mano de Luis Suárez en el partido entre Uruguay y Ghana en 2010 no fue "la mano de Dios".

"Público nuevo"

El estudio destaca que la predisposición a cometer faltas de simulación es más elevada mientras mayor sea el índice de "Power Distance" (o distancia del poder), según la clasificación de paradigmas culturales de Geert Hofstede.
Mientras más elevado, este índice señala a sociedades cuyos integrantes admiten las "inevitables" diferencias relativas de poder y en consecuencia una predisposición a aprovechar las oportunidades sin demasiadas reservas éticas.
El informe de Stride señala que estas sociedades "suelen ser de América Latina, Europa del sur y Europa Oriental".
(En otro espacio volveremos sobre este punto de vista y algunas contradicciones del enfoque, que el estudio de Chris Stride pasa por alto.)
Stride destaca el contraste entre la reacción popular ante la falta profesional, que impide un gol, y la simulación clásica, que procura convertirlo: el aficionado es más tolerante de la primera que de la segunda, tal vez (decimos nosotros) porque la falta profesional se suele cometer sin fingir inocencia.
La reacción ética, tan evidente ahora, se debe a la presión del "público nuevo" al que nos referimos antes, formado por millones y millones de aficionados jóvenes, o de países poco futboleros, que no van a los estadios pero suelen ver partidos importantes por televisión.
Muchos de esos nuevos espectadores son mujeres, que instintivamente tienen un umbral muy sensible ante el cinismo y la injusticia y, al mismo tiempo, no están tan identificadas con "los colores" que los varones cultivan desde niños.
Toda esta gente comprueba con indignación que muchas jugadas importantes, cruciales, se deben a simulaciones... que la inmensa mayoría no estaría en condiciones de advertir si la TV moderna no las identificara y se las mostrara.
La reacción de esta vasta masa no pasa inadvertida para los empresarios de medios de comunicación y de patrocinadores, en particular de Estados Unidos, donde el interés por el fútbol-soccer está creciendo a pasos agigantados.
Fútbol por televisión
La televisión está captando un público más exigente.
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No hay nada como un perjuicio económico para afinar la sensibilidad ética de las empresas y organizaciones que controlan o financian la operación de los deportes organizados.
De modo que el desafío está planteado: es preciso contener en la medida de lo posible el teatro en el fútbol; así lo exige la audiencia, el público soberano.
¿Es posible? No enteramente, por supuesto. No es algo que se pueda prohibir por decreto: a nadie se le ha ocurrido que la ley pueda poner fin al fraude.
Lo que se puede hacer es castigarlo con más severidad y tratar de prevenirlo con nuevos instrumentos. La actual administración de la FIFA es hostil a métodos que amenacen la autoridad directa de los árbitros, como la utilización de recursos audiovisuales para comprobar la integridad de las jugadas.
Pero así como la presión del público obligó a la FIFA a permitir la introducción de un sistema electrónico para comprobar si la pelota ha entrado o no en la portería, tarde o temprano se hará evidente la necesidad de repasar otras jugadas que puedan debilitar la confianza popular en la integridad del juego.
Los tramposos seguirán con nosotros, eso es seguro, pero las pasarán muy mal.

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