Fidel
Quizás en un intento menos preciso que emotivo, logre un poco decir del Fidel que llevo dentro, mejor que del que es en toda su dimensión y que se agiganta más en cuanto más se le pretende medir con el injusto límite del dialecto.
Es muy posible que se ahogue esta crónica, como otras tantas, en el mar de escritos, que por sus 90, salen en torrentes de gratitud y afecto.
Sin embargo, a veces uno no se puede mutilar las palabras que del pecho se desatan, cuando a alguien tiene como él, esa capacidad insuperable para provocar emociones.
Creo que nací queriéndole, porque desde antes de que pudiera caminar yo, ya mis padres me enseñaban a besar los retratos de aquel hombre bueno que sencillamente era Fidel y que era de todos. Tal vez por eso antes de admirarlo le aprendí a querer y ahora no puedo sino más que sumarme a los coros de la multitud.
Pero cuando le pienso hoy, no le veo tal y como es, sino igual que en aquella ilustración en mi libro de lecturas de primer grado, con sus botazas de guerrillero y el rostro regalado a trazos tiernos que me guardo en el sitio del alma donde se atesoran las imágenes más amadas.
Yo nunca lo he tenido cerca según dictan las leyes de la física, pero ya fui a los libros donde lo encontré vehemente, justo, inigualable, y le ví tan real aquella mañana en el Moncada lleno de sabia y pródiga juventud para ofrecer a la Patria.
Le noté también a veces en los ojos la tristeza y la esperanza, en las grandes manos el fusil y el verso, en el futuro la mirada.
Quizás sea distinta mi generación para decir y dar, pero lo sé, andan sus botazas de guerrillero entre las huellas frescas de estos pinos nuevos.
Ahí está latiendo en mi tiempo ese Fidel nuestro, de victorias y de sueños, vital como el primer día, gigante, tierno, indetenible; en el hombro las palomas y en el bolsillo aquel grano de maíz con toda, toda la gloria del mundo dentro.
http://www.radiosurco.icrt.cu/es/sociedad/5967-el-fidel-que-me-habita
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