Esa
noche cumplían años. No sé cuántos, a esa hora parecía una nimiedad
caer en la trampa de los años que se acumulan uno a uno, sin parar. En
pocos minutos estarían partiendo quizás al último lugar al que muchos
quisieran ir. En la pista del aeropuerto internacional José Martí se
alistaba el IL-96, la nave que los llevaría sin escalas hasta Sierra
Leona.
Eran
los doctores Eldys Rodríguez y Roberto Ponce, quienes justo antes de
salir a la pista recién mojada por un aguacero, recibieron el
“cumpleaños feliz” de más de un centenar de profesionales de la Salud
cubana. Esos que dijeron sí de un tirón, cuando les preguntaron su
disposición para sanar en África. Cómo iban a dar otra respuesta, si
desde que se sentaron por primera vez en un aula de la facultad médica
les enseñaron a amar el don de salvar vidas.
El
doctor Rodríguez había acabado de abrazar a su familia. Los dejo
tranquilos —dice—, “convencidos de la necesidad de mi partida. Este es
el momento histórico que me tocó vivir. Ahora mismo, con el avión a
punto de salir, me embargan sentimientos de alegría, de nostalgia,
sentimientos por mi Revolución, por salir adelante, por evitar que esta
enfermedad se siga propagando, por evitar que llegue hasta mi país. Esta
es otra prueba que me pone la vida, justo el día en que cumplo años,
ese debe ser un buen augurio”.
Perdone que le pregunte, ¿siente miedo?
“No, solo precaución”, me contesta y luce feliz.
A
su lado está Roberto Ponce, un hombre alto, seguro, que ha dedicado
también su vida a la Medicina. Es especialista en Medicina General
Integral, además enfermero intensivista, con un diplomado en Cuidados
Intensivos, también una maestría en Ciencias Médicas. Definitivamente
Sierra Leona contará con los mejores especialistas para salvarse del
ébola.
Sospecho
que Ponce tiene sobre sus hombros más de una heroicidad. Y así es:
“Estuve en Sri Lanka, cuando el tsunami del 2004; y desde el 2005 al
2007 trabajé en Lesoto, al sur de África. Así que esta es mi tercera
vez”. Ahora regresa al continente africano, como él mismo reconoce,
“esta misión será difícil”. Pero se le ve tranquilo. La preparación
recibida en las semanas anteriores le ha dado todas las armas para la
precaución. Increíblemente, tiene otra confesión que hacerme:
“No
le temo a las enfermedades, más le temo al avión que está allá afuera”.
Entonces intento calcular la talla de esos hombres, héroes de carne y
hueso, con glorias vividas, con otras por vivir, con nostalgias,
alegrías, temores; hombres que han decidido dedicar su vida a otros, aun
poniendo en riesgo las suyas.
A
cada uno de ellos el Presidente cubano Raúl Castro Ruz les dio un
apretón de manos; les deseó buen viaje, un pronto regreso; les dijo que
se cuidaran; les dio todo el ánimo antes de subir al avión. En
reciprocidad, ellos le pidieron que confiara en la Brigada; que le diera
un abrazo al Comandante en Jefe; algunos se pararon en firme frente al
General de Ejército; otros se pusieron la mano en el corazón…
Así
se despidió de Cuba el equipo de 165 colaboradores internacionalistas,
integrado por 63 médicos y los 102 enfermeros, provenientes de todas las
provincias del país, con más 15 años de experiencia práctica. De ellos,
el 81,2 % ha cumplido misión en otras oportunidades.
Así
dijeron adiós por un tiempo a la Patria, para hacer valer allí, donde
más se les necesita, el hecho incuestionable de que Cuba no da lo que le
sobra, si no lo mejor que tiene, el bien más preciado: sus hijos, sus
héroes de batas blancas.
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