lunes, 23 de septiembre de 2013

Pa´ Cuba Caray



Por. Caridad Picart Trujillo

El mar es el mejor amigo de José Regino Rodríguez porque a él acude cada amanecer, atado a la pita y al anzuelo, en busca del horizonte.

Protegido por las arrugas de su piel, no esconde el orgullo de poseer un título sagrado en el mundo del salitre, la condición de ser él uno de los pescadores más longevo del archipiélago Sabana – Camagüey. Un privilegio que confirma al abrir los ojos por primera vez sobre una chalupa frente a las costas de Caibarién en 1930.

A José Regino, la confianza en las olas altaneras no siempre le han traído sorpresas agradables. Aún guarda en su memoria los días de encierro en Bahamas.

“Estábamos pescando con permiso en aguas internacionales, teníamos todo correcto y como a las dos horas se nos acercó una lancha; estaban vestidos con unos trajes de camuflajes, nos pidieron los papeles, se los enseñamos y uno de ellos exclamó: ¡Son gente de Castro! De mirarlos, enseguida supe que eran más malos que un pescado ciguatado, ¡y mira que un pescado ciguatado es malo!”.

Se pasa las manos curtidas por la sal y el sol sobre su rostro, respira profundo como si con ello pudiera parar el tiempo y, mientras continúa su relato, acaricia la red de captura.

“Nos arrestaron y nos llevaron a Bahamas. Allí nos trataron muy mal, nos metieron en una celda con unas condiciones horribles, había muchas cucarachas, el jabón que nos daban no podíamos cogerlo para bañarnos, teníamos que utilizarlo en la pared y así aplacar las pulgas, las chinchas y los piojos para poder dormir algo en la noche. De comida solo nos daban harina de maíz, sin grasa, ni sal, y cada una o tres horas nos trataban de comprar, decían que podíamos mejorar, vivir bien si aceptábamos irnos hacia Miami”.

Su mirada de naufrago se pierde en el mar como si allí guardara los mejores secretos de su vida. Con una humildad incalculable me dice que recuerda la ocasión en que les trajeron una caja de dulce finos y, cuando la abrieron, “estaba llena de dólares y documentos nuevos con el nombre de nosotros, para que nos fuéramos a los Estados Unidos”.

Afirma José Regino que había mucho dinero en ella. “Nunca vi tanto dinero en mi vida, pero tampoco tanta desvergüenza. Fue entonces cuando rechazamos los dólares y respondimos enérgicamente: ¡De donde ustedes han sacado que los pescadores cubanos tienen precio! ¡Lo único que nosotros exigimos es que nos traigan pá Cuba, pá Cuba caray!

De regreso a su tierra, José Regino volvió a tomar las artes de pesca y ocupó de nuevo su puesto.

Aunque lleva más de 50 años en la provincia de Ciego de Ávila y afirma ser avileño con orgullo, no olvida a Caibarién, su tierra natal; la describe tal y como la pintó Romañach en uno de sus paisajes marinos, con sus cangrejos, sus chalupas, su mar, y a su gente pescando cada amanecer.

No hay refugio que José Regino Rodríguez no haya recorrido en su embarcación Marinero, perteneciente a la Unidad Empresarial Flota Pesquera Turiguanó, y no existe zona de captura que no haya peinado en los más de 65 años de pescador.

Allá en Turiguanó, al nordeste del pueblo de Morón, a pesar de no escucharse el canto de su gallo, existen hombres como José Regino Rodríguez que honran el oficio de marino, una profesión que llevará hasta sus últimos días, porque, según dice: “yo nunca me voy a retirar, es más, cuando me muera, quiero que me entierren en las viejas tablas de mi embarcación”.












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